En las estrechas calles empedradas del centro histórico de Plasencia, en la provincia extremeña de Cáceres, unas particulares placas de mármol pasan casi desapercibidas por los transeúntes que van y vienen de la Plaza España. Aparecen a intervalos irregulares sobre la calzada de granito, todas inscritas con un menora un número de casa, nombres, y fechas: Yucé Caces (1464), Abraham Almale (s. XV), Don Yuce Alacan (1460) Rabi Salomón, su mujer Doña Gracia y su hijo Isaque (1471), Mujer de Gatillos (1468).
Las placas marcan el sitio aproximado de las casas que habitaron algunos de los pobladores judíos de la ciudad en la época medieval, según información encontrada en documentos de alquiler, venta, y otros trámites mundanos, me explican en el Archivo Municipal. ¿Se habrán imaginado el Rabí Salomón y su esposa Gracia, de la casa 5, que unas décadas más tarde, en 1492, serían expulsado del reino? ¿Habrá Yucé, de la casa 23, optado por renunciar públicamente a su religión para poder quedarse? ¿Tomaría un nuevo apellido castizo como Núñez o Rodríguez? ¿Habrá Abraham, de la casa 26, seguido sus tradiciones judías a escondidas?
Juderías llaman los españoles estos barrios, y hay algo del nombre que me suena despectivo. Pero todos usan la palabra con total neutralidad y reconozco que lo más probable es que sea prejuicio mío y no de ellos. (Lo mismo me pasa con que le digan “judías” a las leguminosas que conocemos al otro lado del mundo como fríjoles o habichuelas). De hecho, existe una organización que ha conformado una Red de Juderías que agrupa 25 municipios en toda España con las juderías mejor preservadas del país incluyendo Cáceres, Segovia, Jaén, Barcelona y Córdoba donde las calles de los barrios judíos están marcadas con unas pequeñas placas en bronce incrustadas en el pavimento que dice en letras hebreas “Sefarad”, el nombre en ese idioma para la península ibérica.
En las colinas alrededor de la ciudad medieval yace un antiguo cementerio judío, perdido entre malezas, retamas y la construcción de una nueva carretera que lo amenaza. No hay más indicaciones que una marca en Google Maps y de no ser por un hombre solitario que paseaba su perro entre el pasto alto no lo hubiéramos sabido reconocer. Allí no hay placas ni folletos que expliquen que las estructuras cuadradas talladas en piedra en la loma eran las tumbas de los sefardíes que alguna vez poblaron la ciudad.
Dice el señor que la presencia del cementerio ha sido un escollo para completar la carretera: “Cuando los arqueólogos (de la obra) encuentran algo, lo tapan porque si no, se paraliza todo”.
Por muy fascinante que sea imaginarse la vida de los judíos Sefardíes en España antes de la expulsión, más me interesa entender la vida de los conversos y cómo se adaptaron a la vida como “nuevos católicos” como lo fueron mis antepasados durante más de 220 años antes de salir huyendo de las garras de la Inquisición.
Pistas de eso encontré en Olivenza, sobre la que contaré en mi próxima entrega.
‘En las colinas alrededor de la ciudad medieval yace un antiguo cementerio judío, perdido entre malezas’…muy a lo Macondo 😉
Segovia, a las afueras de la muralla, también conserva aún el viejo cementerio judío. Se revitalizó la zona hace 25 años y ahora se puede visitar de forma un poco estructurada (aunque sin exceso de información).