Hay un refrán en España que dice: “Del cerdo me gusta hasta sus andares”. Y es que, en la cocina española, y sobretodo en la de Extremadura, el cerdo está presente de una forma u otra en casi todas las comidas. Tanto así que el antropólogo Javier Marco Arévalo escribió sobre la “cerdofilia” extremeña mientras que el escritor inglés Richard Ford habló de que Extremadura era la “jamonópolis” de la península ibérica. En las migas extremeñas el pan y huevo se mezclan con tocino, en el cocido no puede faltar el chorizo flotando entre los garbanzos, y en el desayuno las tostadas son una excusa para comenzar el día con jamón ibérico. Ni que hablar del cochinillo, el lacón, la carrillada, el cuero reventado y muchas formas más del cerdo, que parece tener un sinfín de sinónimos: puerco, chancho, guarro y, por supuesto, marrano.

Marranos les decían a los “nuevos cristianos” o judeoconversos que seguían practicando en secreto los ritos de su antigua religión en la España de los Reyes Católicos. Según la RAE el orígen de la palabra viene del vocábulo árabe “muharram” que significa “cosa sucia”. Como tanto los musulmanes como los judíos tenían prohibido por sus respectivas religiones el consumo del cerdo, llegó a significar el animal. Pero sospecho que era en el sentido original —cosa sucia— que se usaba para hablar de los criptojudíos (a los criptomusulmanes los llamaban moriscos).
Y los cerdos sirvieron para poner a prueba la nueva fe de los conversos. Las tradicionales matanzas caseras de cerdos, en donde se reúne la familia en torno al sacrificio del guerro para consumo familiar, se siguen realizando en Extremadura, aunque cada vez menos. Mientras que a principios de siglo se mataban unos 50.000 cerdos al año en matanzas caseras, en la “campaña” de 2022-2023, sólo hubo 2.300, según cifras oficiales.

En las épocas de la Inquisición muchos nuevos cristianos hacían las matanzas para que sus vecinos lo vieran. Pero no siempre se comían los productos. Fermín Mayorga, quien se ha dedicado a entender la vida de los nuevos cristianos, dice que encontró evidencia de que al menos una familia fue denunciada por “judaizante” porque el perro hambriento de un vecino encontró la carne de la matanza de unos judeoconversos entre la basura.
También asegura Fermin que varios de los platos típicos de la Extremadura de hoy viene de esos tiempos. La “prueba del cerdo” es la primera carne del animal sacrificado que se saborea antes de hacer los embutidos. Se llama prueba porque se obligaba a la familia probar en publico el producto de su propia matanza. También se especula de que la famosa morcilla patatera extremeña, que hoy lleva grasa de cerdo, originó cuando conversos rellenaban tripas de ovejas con papas, pimentón y otras especies y tal vez pollo, para que pareciera chorizo de cerdo.
Así habrán hecho mis antepasados, tratando de sobrevivir bajo el regimen de terror de la Inquisición y quienes a pesar de su conversión, no fueron acogidos en el seno de la Iglesia Catolica ni en la sociedad de cristianos viejos.
Sólo los católicos de pura sangre podían entrar por la puerta principal de la iglesa Santa María Magdalena en Olivenza, una pequeña ciudad extremeña tan cerca a Portugal que alguna vez hizo parte de ese reino. Los conversos tenían una entrada lateral conocida como la “Puerta de los Marranos”. Fermín me interpretó los tallados de la puerta. Las bellotas simbolizan los cerdos porque de eso se alimentan en los campos extremeños, a un lado muestra la cabeza de un judío (que se reconoce como tal por su nariz pronunciada) con cara de horror, al ser atacado por dos perros que supuestamente simbolizan a los dominicos, orden de la iglesia catolica que estuvo a cargo de la Inquisición. Los conversos tenían una pila aparte para el agua bendita Eso lo habría mandado a tallar la iglesia. Pero en el vano de la puerta sobrevive una señal de resistencia: una simple estrella de David tallada en la piedra. Me parece curioso que se osarían a hacer esa marca y me pregunto si será realmente de la época.
Por la exclusión que seguían viviendo los conversos, no es de extrañarse que muchos seguían viviendo en lo que eran antes las juderías. En algunas ciudades ha quedado registrado en documentos describiendo ventas o alquiler de propiedades en donde se situaban, pero en otras no queda claro. En Olivenza las pistas las dan las casas.
A un ojo inexperto las estrechas calles alrededor de la iglesia Santa María Magdalena le pueden parecer prosaicas. Pero Fermín me enseña como identificar las casas de los conversos. Una clave son las cruces talladas en las fachadas —a veces en el sitio del vano de la puerta en donde antes estaba la mezuzá — como para mostrar a los vecinos que eran cristianos de verdad. Y no son cruces cualesquiera. La “cruz del converso” tiene una base curva o triangular que ha dado a varias interpretaciones.
Algunos historiadores dicen que es un símbolo de la ase del candelabro judío conocido como menora. Otros dicen que la particular cruz muestra el vencimiento del cristianismo sobre el judaísmo. Muchos conversos también colocaban nichos en las fachadas en donde ponían figuras de santos. Pero al poner esos símbolos en su casa, el judeoconverso se delataba porque una familia cristiana de vieja data no sentiría la necesidad de demostrarlo.
Me imagino la exclusión que debieron sentir los López-Penha de ese entonces y el miedo con el que seguramente vivieron en su pueblo, Lobón. Hurgué en os archivos históricos de la Inquisición, buscando mención de ellos. De eso les contaré en la próxima entrega.
Me estoy estrenando en esto de los blogs... a veces me confunde el formato para seguir cada lectura..pero quería decir que he viajado a Extremadura con estas lecturas y además confirmado mi no apetito por la dieta del cerdo...no por las mismas razones acá expuestas, si no por la doble moral de pensar que le ahorro sufrimiento a los cerdos o marranos..aunque coma otras carnes...