Descubriendo España
Inicio la exploración de un pasado familiar lejano, un nuevo país, y de mi identidad
Sería difícil encontrar algún guía de turismo que oriente a un viajero al municipio de Lobón en las poco exploradas tierras de la provincia de Badajoz. Y con razón. Lobón es un pueblo de apenas 2,745 habitantes casi a mitad de camino entre la capital provincial, Badajoz, y Mérida, la capital de Extremadura. A diferencia de esas dos ciudades, no hay mucho en Lobón que atraiga a los turistas, a pesar de ser un pueblo de mucha historia. Alguna vez dominó el pueblo un castillo desde el punto más alto sobre el rio Guadiana. También existió un convento franciscano que fue sede de una celebrada escuela de artes a las afueras del casco urbano. De esos monumentos quedan pocos vestigios.
Pero Lobón es donde voy a basar mi exploración de España, porque fue de allí donde salió mi bis-re-tras-tátara-tatarabuela, Sarah (Luisa) García, con mis re-tras-tátara-tataratíos, Jacob y Esther López-Penha, a finales del siglo XVII, luego de sufrir torturas y tormentos de la Inquisición, según cuenta la historia de la familia de mi mamá, minuciosamente transcrita y transmitida de generación en generación hasta llegar a mis manos.
Por ellos, y por todo lo que debieron haber sufrido como judeoconversos o “nuevos catolicos”, y por la Ley Sefardí de 2015 que buscó reparar en algo esos vejámenes, hoy soy ciudadana española. No es algo que jamas me propuse. He estado en ese país apenas tres veces en mi vida y cada uno de esos viajes fue fugaz. Una breve visita a mi hermana en el año 1992; una Nochebuena en 1994 y una bella semana, paseando por Granada y Málaga, sitio en donde firmé ante notario mi solicitud oficial de convertirme en una “nueva española”.
Dos años después, me citaron al consulado español en Bogotá. Había sido aprobada. Me imaginaba una ceremonia en el que haría un juramento con la mano en el corazón y luego me regalarían una banderita española. Dejándome llevar por el momento, me puse una blusa con grandes flores rojas sobre un fondo amarillo y una pañoleta roja. Pero no hubo acto solemne. Entregué mis papeles, mil veces apostillados, en una ventanilla y me devolvieron para firmar el acta de jura en donde prometí fidelidad a la corona y obediencia a la constitución y las leyes españolas. Con un plumazo, me convertí en súbdita de un rey cuyo nombre tuve que googlear para estar segura de no equivocarme (le pegué con lo de Felipe, pero no tenía idea de lo de VI).
A diferencia de muchos de mis primos dominicanos, nunca he padecido el calvario de la estigmatización a la que se enfrentan cada vez que piden visa para viajar a Europa y Estados Unidos. Gracias a mi padre, hijo de inmigrantes judíos polacos a Estados Unidos al iniciar el siglo XX, yo nací con la nacionalidad estadounidense.
Es cierto que, con ese pasaporte azul, uno puede viajar sin mayores problemas a gran parte del mundo. Pero ese pasaporte me representa cada vez menos. No se si este rojo nuevo lo hará, pero he decidido averiguarlo, recorriendo la provincia de Badajoz en Extremadura, la tierra que expulsó a mis ancestros. Trataré de imaginarme sus vidas viviendo bajo las leyes de la Inquisición que terminarían por encarcelarlos y maltratarlos lo que finalmente llevó a que salieran de España con rumbo incierto y lo que hoy me lleva a mí, tres siglos después, a aterrizar en mi nueva patria.
Durante los próximos dos meses estaré usando este espacio para compartir mis descubrimientos mientras recorro esa tierra. Los suscriptores gratis recibirán un post ocasional sobre mis recorridos. Si quieren apoyarme con una suscripción pagada, recibirán actualizaciones semanales, además fotos, pequeños videos, y otros contenidos exclusivos.