Lobón: poca memoria y mucho futuro
No encontré lo que buscaba en el pueblo desde donde huyeron mis parientes pero sí una gente generosa y acogedora que me hicieron sentir en casa
De todos los pueblos que recorrí en la provincia de Badajoz —desde la pequeña villa de El Almendral, la pujante Zafra, la bella Olivenza, pasando por Barcarrota, Montijo, Medellín, y Puebla de la Calzada— Lobón, adonde llegué buscando rastros de mis antepasados que salieron de allí hace 250 años, es, lejos, el menos pintoresco.
Es cierto que el pueblo situado en un alto sobre el río Guadiana que atraviesa la provincia, regando las tierras fértiles de la región llamada Vegas Bajas. La Isabel II en algún momento de su reinado entre 1833 y 1868 miró el valle desde el punto más alto de la villa y lo declaró el “Balcón de Extremadura”. Hoy el pueblo tiene un placentero paseo al borde del barranco desde el cual se puede disfrutar de la vista bucólica del río y el campo.
Pero del Lobón que conocieron mis parientes lejanos queda poco para ayudarme a imaginar sus vidas como judeoconversos en los tiempos de la Inquisición. No hay judería identificada, y de los edificios que existían hacia finales del siglo XVII cuando ellos huyeron, quedan sólo ruinas.
En el punto más alto del pueblo existió un castillo de la época musulmana que, luego del la Reconquista, se reformó a finales del siglo XV para ser residencia del “comendador”. Cayó en desuso y los vecinos del pueblo empezaron a desmantelarlo piedra por piedra para hacer sus propias casas, hasta que en 1916 una ordenanza municipal autorizó demoler el castillo cuando las obras municipales necesitaran piedras. El historiador Manuel García Cienfuegos, ecribió en su libro “Lobón en su historia” que ese acto mostró la “insensibilidad ante la historia y el patrimonio de Lobón”.
Del desmantelamiento de la iglesia de la Edad Media se encargó la fuerza de la tierra: el gran terremoto de Lisboa de 1755 alcanzó a sacudir a Lobón, a más de 250 kilómetros de distancia, y dejar la iglesia en ruinas. Mientras me muestra la capilla de San Juan Bautista, en la única parte que sobrevive de la iglesia original, Esperanza, una trabajadora social del ayuntamiento, también se lamenta que Lobón no haya sabido cuidar su patrimonio. “Ahora se están haciendo esfuerzos”, dice. De hecho, en la parte baja del pueblo arqueólogos excava las ruinas de lo que alguna vez fue un hospital y luego convento franciscano de Santiago, que se terminó de construir en 1564.
Pero lo que le falta de patrimonio histórico, Lobón lo compensa con la amabilidad de su gente y la energía dinámica del pueblo que, llegué a entender, le ha apostado al futuro en vez de vivir del pasado. Al otro lado de la carretera A5 se ha desarrollado un polo industrial en donde un centro de reciclaje de electrónicos, una fábrica de muebles y otra de alimentos dan trabajo a los vecinos del pueblo de unos 2,700 habitantes que, a diferencia de muchos pueblos en España, incluye bastantes familias jóvenes. Y gente muy acogedora.
Fefi Gutierrez, la bibliotecaria del pueblo estaba algo estresada la mañana en que fui a visitarla porque tenía mucho que hacer: Que-necesitaba-aretes-para-la-comida-esa-tarde-del-ayuntamiento-para-la-que-había-traido-una-falda-para-cambiarse. Que-al-otro-día-salía-de-madrugada-a-Madrid-porque-había-quedado-en-ir-a-un-concierto-con-su-amiga-del-alma-que-está-mal-pero-que-pone-buena-cara-y-hay-que-vivir-la-vida-mientras-la-tengamos- ¿no?
Su energía me contagió. Le ayudé a escoger los aretes y hablamos de amores y desamores antes de que pudiera contarle por qué había llegado yo a Lobón y preguntarle por el libro del historiador Cienfuegos. “¿Manolo? ¿Quieres conocerlo? Ya mismo lo llamo”, me dijo. Y así fue. A los pocos días nos encontramos y generosamente me dictó una cátedra sobre la región y firmó su libro.


Lola, que atiende el bar en el hotel Balcón de Extremadura, es de voz grave y risa fácil. Cuando le conté por qué estaba en Lobón, quedó fascinada y me empezó a contar de todas las maravillas de Extremadura. “Yo amo mi región”, me dice.
También empiezo a cogerle cariño, pero a mis ancestros allí no los sentí. Para eso tendría que cruzar una frontera y algunas barreras lingüísticas.
Pocos encontramos lo que realmente buscamos - sin embargo, las joyas 💎 las encontrasteis en toda la amabilidad de la gente en Lobon. Bello artículo ! ⭐️👍🎁🧘